Un 25 de noviembre de 2020 cambiaría para siempre la vida de millones de personas. Argentinos, napolitanos, amantes del fútbol, nostálgicos, revolucionarios o simplemente contemporáneos a su época vimos ese día cómo una porción de nuestras vidas se nos escapaba.
La noticia, como una daga, nos llegó directo al corazón, mientras en nuestras cabezas buscábamos la manera de desviar el dolor, pensando que no podía ser cierto, que una vez más gambetearía a la muerte como a los ingleses en el 86. Pero no.
Aceptarlo costó un océano de lágrimas. Lo primero que pensamos muchos fue “cómo sería sobrevivir sin el Diego”, sin sus frases, sin sus emociones, sin sus logros o sus intentos de lograrlo.
Aquel dia (y a partir de aquel dia) vimos al Diego multiplicado, al Diego expandido, el amor al Diez desparramado en todo el mundo. Las manifestaciones de admiración y de adoración por el astro brotaban en cada lugar donde Diego dejó su semilla de magia y potrero.
Hoy, a un año de su despedida, resuenan canciones en su nombre, lucen murales con su rostro, juegan pibes y pibas con un 10 en sus espaldas. Diego no murió, vive en el fútbol, en cada pelota que rueda, en cada pibe/piba que sueña.
